Francisco Morales Santos

El 18 de mayo de 1991 la Galería Imaginaria publicó un libro donde recopiló los ensayos de los participantes al conversatorio “Homenaje imaginario a la obra literaria de Luis de Lión”. El libro fue publicado con el auspicio de la embajada de Venezuela. Compartimos el ensayo en el que el poeta Francisco Morales Santos habla sobre el trabajo poético de Luis de Lión.

Quiero evocar a Luis de Lión, como hombre y como poeta, a la sombra del español Miguel Hernández, de quien tomo prestada la estrofa que dice:

Entre todos los muertos de elegía, 
sin olvidar el eco de ninguno,
por haber resonado más en el alma mía,
la mano de mi llanto escoge uno. (1)

La cita de estos versos, los más sentidos de la poesía española del siglo XX, con los que el poeta de Orihuela expresa su dolor ante el asesinato de Federico García Lorca, es apropiada y sobre toda justa para recordar al poeta y novelista Luis de Lión, quien fue secuestrado y asesinado, qué duda cabe ahora, el 15 de mayo de 1984.

La resonancia de su nombre en esta hora de reivindicaciones, débese a que su sangre y la tinta de su pluma, es decir, su entereza humana y su expresión, corrieron juntas en pos de un ideal.

Luis representa el mundo de los marginados y es su voz de protesta. Luis representa una generación cuya ira explota en los años 60 de tanto estar soportando el peso del oscurantismo y la injusticia.

Quiero resaltar aspectos de su vida intensa y laboriosa como el medio ambiente, sus lecturas y su vocación de maestro, los cuales influyeron sobremanera en el proceso de maduración del escritor.

En primera instancia aparece la figura de Luis de Lión como el estudiante que desde niño repasaba a diario el camino polvoriento que conduce de San Juan del Obispo a la levítica Antigua Guatemala, para estudiar en el Instituto Nacional para Varones Antonio Larrazábal. Conoce, pues, desde pequeño, dos realidades contrastantes: la de su pueblo que «vive en los brazos del volcán de agua» (2) y la de la ciudad que deslumbra al pueblo «con una cara de su moneda«. (3)

Su bolsillo es pobre, siempre lo fue, pero su talento natural lo recompensa induciéndolo tempranamente a lecturas esenciales. De ello da cuenta su tesis para obtener el título de maestro de educación primaria, como se acostumbraba entonces, y que rotuló «El Hombre». Sin duda, escritos como este de sus 20 años no resisten el examen de la crítica, en lo que al estilo se refiere, ya que es una etapa en la que el poeta se enamora de las palabras y es seducido por ellas, pero testimonian su preocupación por el destino de la humanidad, preocupación que le acompañó hasta la hora infausta de su desaparición.

Son, además, los bocetos de un mundo que habría de crecer junto con su inventor hasta alcanzar la universalización de tanto estar nombrándolo y puliendo con palabras; el mundo de El tiempo principia en Xibalbá, el que reverbera en su producción poética.

Alrededor de 1957 tiene nuestro primer encuentro. De tarde en tarde lo veo llegar hasta la plaza de San Juan, durante las vacaciones para mostrarme cuentos y poemas. Con un aura de barro lo recuerdo, con su morenez de hombre de campo que sembraba sonrisas entre él y sus amigos. En esa época, Luis escribe prosa y poesía. La primera informa sobre sus numerosas lecturas, particularmente de narrativa; la segunda esboza temas que habría de desarrollar, con un estilo muy personal, en los últimos años de su vida.

El narrador aflora en Luis a principios de la década del 60 y su primer fruto es el pequeño libro Los zopilotes, publicado en 1966. Una segunda reunión de cuentos aparece en 1969 con el título de Su segunda muerte. La temática de ambas publicaciones nos conduce a un purgatorio aquí en la tierra, pues los personajes de sus cuentos se hallan abrasados por el infortunio.

Dado por concluidas estas dos fases de su producción, donde lo ideológico pugna por sobreponerse a lo literario, Luis de Lión se consolida como narrador, con la novela El tiempo principia en Xibalbá, cuya historia hace de San Juan del Obispo un pueblo tierno y brutalmente imaginario.

Por los años en que publica sus dos primeros libros, Luis de Lión vive ambulatoriamente, debido a su trabajo de maestro, primero en un parcelamiento agrario, en el occidente del país, luego en el puerto de San José, en Escuintla, de donde pasa a Sololá, Quetzaltenango y municipios circunvecinos de la ciudad de Guatemala, en donde se establece a partir de 1970. La razón por la que menciono su ir y venir de un lugar a otro es porque considero que su estancia en esos sitios le abre campos diversos y lo nutre de experiencias que, sumadas a las que cosechara en su pueblo, van a nutrir a un mismo tiempo su conciencia social y su espíritu creador.

A pesar de que su obra narrativa no es del todo conocida, porque la naturaleza de las ediciones de autor implica, entre otras cosas, tirajes limitados, algunos catedráticos universitarios han tomado iniciativa de difundirla en las aulas. Esto, en cambio, no ocurre con su poesía, especialmente la que escribió entre 1977 y la fecha de su secuestro. Los títulos en que fue distribuida por el poeta son: Poemas del volcán de fuego, Poemas del volcán de agua o Los poemas míos, Poemas para el correo y El papel de la belleza.

El primero de los mencionados, por su naturaleza erótica, cristaliza en imágenes destellantes con las que eleva las manifestaciones afectivas entre el hombre y la mujer a su expresión más alta, identifica a la mujer con la naturaleza pródiga, le da sentido vital e indispensable a la intimidad de los amantes. Veamos cómo esto se manifiesta en Mi otra patria:

eres 
como mi patria
y yo te recorro
palmo a palmo,
no con mis pies,
sino con estas anos ciegas.
y asciendo tus montañas,
desciendo tus barrancos,
penetro tus selvas,
me bebo tus océanos,
siembro tu valle
y habito tu ciudad,
la gran ciudad que llevas dentro.

Es éste un sentimiento de la vida muy cercano al de Roberto Obregón y Efraín Huerta cuando en su poesía subliman la identificación de los sexos opuestos.

En el poema los creadores, De Lión concibe la fusión total como una victoria de nuestra naturaleza que abarca desde la esencia del ser hasta el infinito:

los hombres sentimos envidia de los dioses:
ellos están en el cielo y nosotros, en la tierra,
ellos vuelan sin necesidad de alas
y nosotros tenemos que hacerlo sobre aviones,
ellos hacen milagros y nosotros tenemos que adorarlos.
pero cuando tú y yo formamos la figura de un pájaro
volando sobre nuestro propio cielo
-alas son nuestros brazos-
y tu vientre se llena de la más perfecta creación,
son los dioses los que sienten envidia de los hombres.

Conocida esta fase en que nos parece asistir a la primera erupción del volcán de fuego, la poesía de Luis de Lión utiliza el término agua para identificar la vida, la pasión y los sueños del terruño, y por lo mismo, suyos.

Poemas del volcán de agua o Los poemas míos revelan influencias del color y la música de la naturaleza. Como su nombre lo sugiere, estos poemas guardan las experiencias juveniles que el poeta recuerda con lucidez extrema.

Con ráfagas de nostalgia y alegría, el poeta de la cotidianidad y de la tierra trasmuta las imágenes del entorno en poesía de manera conversacional, con lo que contribuye al fondo de la antipoesía.

En Poemas del volcán de agua demarca una geografía y singulariza hechos, personajes y naturaleza como la del cielo de San Juan del Obispo, el cual, dice «no era de nylon ni de plástico ni de pinturas fuller«, un cielo pequeño que se tendía «desde el cráter del volcán de agua a las montañas de sumpango y del cráter del volcán de fuego al cerro del cucurucho.» (5)

Además, funde la materia humana con la tierra, lo popular con lo culto y en la fluida corriente de su lenguaje yuxtapone sabiamente lo lírico con lo ideológico.

El papel de la belleza, otros de sus libros inéditos, es una reunión de poemas épicos en los que la intención está por encima de las imágenes que manejara, de manera entusiasta, en Poemas del volcán de fuego y Poemas del volcán de agua. El papel de la belleza responde a preocupaciones y emmociones tanto del poeta como de la colectividad y es, por lo tanto, la contribución del poeta militante. Intúyase la necesidad que tiene el poeta de recurrir al uso de versos largos para testimoniar las batallas del hombre guatemalteco y del mundo entero en aras de la libertad y la justicia. Sirva de ejemplo su poema Octubre es un gran músico, donde recoge y ordena cuatro acontecimientos en los que la clase obrera desempeñó un papel protagónico de primer orden, es decir, el octubre ruso de 1917, nuestro octubre de 1944, el de China en 1949 y el de Alemania, ese mismo año, cuando fue creada la República Federal de Alemania, luego de la derrota del nazifacismo.

Los motivos por los que luchan la clase obrera y el campesino son el sustento de estos versos y es natural que así sea, porque el poeta, con su entusiasta participación como trabajador de la educación y como guatemalteco venido de un pueblo donde el tiempo pasa y la pobreza permanece, pone su corazón al ritmo de las causas populares.

Los nombre de algunos poemas, como Lápida nacional, El poema de la gloriosa victoria, El poema de la gran marcha, Estado de sitio o Poema para mañana expresan su visión de los problemas del país desde la perspectiva de la expresión poética. Es tal su reciedumbre, que algunos de ellos fueron publicados por Luis de Lión con el seudónimo de Pedro Sicay en periódicos estudiantiles.

En su también inédito Poemas para el correo, en medio de imágenes precisas y pensamientos pendientes del hilo de una vida muy valiosa para él, hace lugar a la ternura y nutre la poesía con recuerdos. Una tristeza viva se afana en corporizar la ausencia del ser que ama como padre.

El poeta dice:

mi pequeña camparada,
quisiera enviarte nuestros amaneceres y crepúsculos
envueltos en una tusa,
nuestros ríos y lagos dibujados en una gota de agua
y todo un mercadito con sus artesanías, sus flores,
sus frutos y sus mujeres y sus hombres en el
cristal de un grano de azúcar.

Pero confiado en un futuro libre de acechanzas exclama:

cuando volvás,
te esperaré con un canasto para recibir tu alegría.
con estos crayones pintaré tus paisajes.
amor, si es invierno,
mis manos tendrán guardado el calor del verano.

Aparte de toda esta hermosa producción poética, hay una serie de poemas con el título genérico de La palabra insurrecta, escritos a propósito como panfletos. Con ellos, el poeta encauza una ira razonable, anatematizando a quienes, años atrás, ejecutaron una política de tierra arrasada. En tal sentido, aquí apenas cuenta la poesía, salvo algunos letreros, como éste que dice:

Seguramente sea fácil romper cadenas,
seguramente lo difícil sea qué hacer con las manos.

Luis de Lión estaba convencido de que el escritor es -así lo dijo- «un hombre concreto que hace una cosa concreta» con el fin de comunicarse con sus semejantes. La idea está presente en toda su obra y expresada de la mejora manera posible.

Consciente estaba, también, de que un escritor venido del campo, como él, escribe una literatura que no será para los individuos sobre los cuales escribe, «sino para quienes realmente lo leen, que son los pequeño burgueses con los que se relaciona.» (6)

Asimismo, creyó con firmeza en que la literatura es siempre un testimonio. No estaba equivocado, pues, ahora mismo, nuestro corazón se conmueve y ratifica que lo escrito por Luis de Lión es reflejo perenne de realidad vivas y vividas.

NOTAS

  • 1. Miguel Hernández, «Elegía primera». En «Viento del pueblo«, 1937. Ediciones del Socorro Rojo, Valencia, España.
  • 2. Luis de Lión, «poema para el niño del volcán de agua«.
  • 3. Idem.
  • 4. Luis de Lión, «poema a mi cielo«.
  • 5. Idem.

Un comentario en “Luis de Lión, poeta de la cotidianidad y de la tierra

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